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Ese amor al silencio
Celebración de Jaime y Laura
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Asimetrías simétricas
HAZ DE PAZ
y no tienen sábanas.
No tienen cama, ni agua,
sin medicamentos, sin alimentos.
Y tienen dolor, angustia.
Tienen heridas infectadas,
incertidumbres; tienen NADA.
La nada envuelta en misiles,
con armas dentro de drones,
en agresiones con balas.
¿Cuántos sí quieren y no pueden
encontrar, ante el horror, soluciones?
¿Cuántos no quieren y sí pueden
continuar, con terror, sin solución?
Pongamos en los balcones las sábanas,
coloquemos blancos poemas
con la debilidad de su fuerza.
Sí, con la debilidad de su fuerza
contra todas las guerras.
¿Cuánto indagaremos para cuidar la paz
desde nuestras anónimas presencias
a pesar de nuestra terrible impotencia?
Naturalezas amalgamadas
Río amoroso
Honestidades eternas
¿CANTO XXV?
Brilló la matutina Aurora de dedos rosáceos durante nueve días seguidos. Amanecía apacible en los ánimos de todos los habitantes de Ítaca. En algunos, con dolor por la pérdida de hijos insensatos y necios sin medida, y en otros con serenas y justas albricias.
Se celebraron todos los días sacrificios, quemando muslos de grandes vacas en honor de Zeus Crónida, el amontonador de nubes, y en honor de todas las diosas y dioses del Olimpo, en agradecimiento por el regreso de Odiseo.
Una de las noches, junto a Penélope, Odiseo dijo: siento que el lecho es más grande que todo el espacio conocido, y el tiempo parece haber perdido sus dimensiones. Tal vez hemos llegado a un momento donde se puede estar fuera de ambos: del tiempo y del espacio.
Palas Atenea también se paseaba por las salas de altos techos, sosegada y tranquila en la mirada de sus ojos glaucos.
Preguntaba Penélope a Odiseo: ¿No sientes, en algunos instantes, que no hemos estado separados estos largos veinte años y que fue ayer cuando aún no habías subido a la cóncava y negra nave para irte a Troya?
Hay algo más fuerte -contestaba Odiseo- que inunda mi corazón, además de lo que tú dices, querida Penélope. Estos abrazos que nos unen cada noche en los cuerpos serán inmensos, se extenderán por todos los mares y todos los tiempos eternamente.
Después de un largo silencio, Penélope dijo: en mis largos llantos me preguntaba si a ti también te habría asaeteado Eros en tu pecho con la misma hondura que a mí. Aquí he esperado y es posible que para averiguarlo en tu regreso. Ahora, sí puedo confirmar que a ambos nos llegó la misma flecha en el mismo momento. Y aunque he dudado tantas veces, aquella flecha nos ha llenado de fuerza y resistencia a ambos para llegar hasta aquí.
La prudente Penélope y el magnánimo Odiseo se levantaban ambos sosegados de las largas conversaciones y dulces abrazos, después de haberlos añorado tanto.
El noveno día, ante bien dispuestas y pulidas mesas, con muchos trozos escogidos de carne, con copas de oro llenas de vino, tomó la palabra el divino Odiseo: querido padre y querido hijo preparemos una nueva cóncava nave y vayamos juntos los tres a visitar a nuestros vecinos Néstor y Menelao. Les llevaremos presentes y regalos de agradecimiento.
Telémaco rápido contestó con vigor para ir con su querido padre y su querido abuelo en la cóncava nave.
Hemos visto -volvió a tomar la palabra Odiseo- que la divina Penélope entre las mujeres sabe defender bien nuestros intereses y además le asistirá el fiel Eumeo en todo.
Se alegraba Eumeo, el divino porquerizo, de la confianza, y estas palabras se le escaparon del cerco de los dientes: "No aman los dioses felices los actos perversos, sino que honran la justicia y las acciones honestas de los hombres".
Palas Atenea escuchó atenta todas las palabras. Ella, la de ojos glaucos, infundió coraje y audacia en el ánimo del viejo Laertes, el héroe, y salió volando como pájaro.
Vívidas existencias
Otro once de marzo
ALEACIONES
AUNQUES
Plenitud de la experiencia
Tratos con la calma
Con la misma incertidumbre de hoy, hace más de cincuenta años comencé a escribir una redacción; el tema era el mar. Y la terminé.
La mañana del día siguiente trae el recuerdo de la brisa, la temperatura cálida del aire, la luminosidad del cielo y la alegría que llevaba al colegio, porque de algún modo había comprendido que la redacción estaba bien hecha.
Aún vienen algunas oleadas de frases a mi memoria y se diluyen o se escapan en cuanto quiero atraparlas.
Cuando llegó mi turno, me puse de pie, la leí y el profesor preguntó: ¿De dónde la has copiado? Ante mi respuesta: de ninguna parte, la he hecho yo, él afirmó: tú te crees muy lista, pero yo, ya, voy a saberlo, y todos vamos a ver qué clase de persona eres tú.
Y él posiblemente usó otras palabras; yo lo recuerdo siempre con esas.
Al salir del colegio por la tarde, comenzaba a anochecer. Paré un momento en un escaparate de zapatos con las luces tan luminosas, que me hubiera gustado llevarme algo de luz para el tramo que faltaba hasta llegar a la casa. Miraba atenta algún zapato que me gustaba, aquel que nunca me comprarían. De pronto, un muchacho se acercó. No lo vi. Me tocó el pubis en un movimiento rápido, y salió corriendo.
Al cruzar la plaza, antes de llegar a los soportales, sentí un dolor intenso en la pantorrilla. Unos muchachos se reían en fuertes carcajadas, tan fuertes que retumbaban en las paredes. Alguno de ellos había acertado con la piedra de su tirachinas en mi pierna. El dolor tan intenso casi no permitía ni respirar. Seguí andando sin detenerme.
Para llegar a la casa, muy apartada de la población, aún faltaban dos o tres kilómetros. De día no eran tan inquietantes en su recorrido. Por la noche las luces eran muy pocas, muy tenues. Algunas bombillas flojas amenazaban con apagarse en sus parpadeos. La subida, ese día, era más empinada y los recodos más oscuros. Andaba con determinación, ignoraba el dolor de la pierna y repetía de un modo constante: no tengo miedo, no tengo miedo, no tengo miedo...