¿CANTO XXV?

  Una amiga, muy buena investigadora, ha regresado después de consultar una documentación que ha sido de acceso restringido desde la Alta Edad Media hasta ahora. Entre algunos legajos muy antiguos ha encontrado un texto con el título CANTO XXV y me ha donado su transcripción:

  Brilló la matutina Aurora de dedos rosáceos durante nueve días seguidos. Amanecía apacible en los ánimos de todos los habitantes de Ítaca. En algunos, con dolor por la pérdida de hijos insensatos y necios sin medida, y en otros con serenas y justas albricias.

  Se celebraron todos los días sacrificios, quemando muslos de grandes vacas en honor de Zeus Crónida, el amontonador de nubes, y en honor de todas las diosas y dioses del Olimpo, en agradecimiento por el regreso de Odiseo.

  Una de las noches, junto a Penélope, Odiseo dijo: siento que el lecho es más grande que todo el espacio conocido, y el tiempo parece haber perdido sus dimensiones. Tal vez hemos llegado a un momento donde se puede estar fuera de ambos: del tiempo y del espacio.

  Palas Atenea también se paseaba por las salas de altos techos, sosegada y tranquila en la mirada de sus ojos glaucos.

  Preguntaba Penélope a Odiseo: ¿No sientes, en algunos instantes, que no hemos estado separados estos largos veinte años y que fue ayer cuando aún no habías subido a la cóncava y negra nave para irte a Troya?

  Hay algo más fuerte -contestaba Odiseo- que inunda mi corazón, además de lo que tú dices, querida Penélope. Estos abrazos que nos unen cada noche en los cuerpos serán inmensos, se extenderán por todos los mares y todos los tiempos eternamente.

  Después de un largo silencio, Penélope dijo: en mis largos llantos me preguntaba si a ti también te habría asaeteado Eros en tu pecho con la misma hondura que a mí. Aquí he esperado y es posible que para averiguarlo en tu regreso. Ahora, sí puedo confirmar que a ambos nos llegó la misma flecha en el mismo momento. Y aunque he dudado tantas veces, aquella flecha nos ha llenado de fuerza y resistencia a ambos para llegar hasta aquí.

  La prudente Penélope y el magnánimo Odiseo se levantaban ambos sosegados de las largas conversaciones y dulces abrazos, después de haberlos añorado tanto.

  El noveno día, ante bien dispuestas y pulidas mesas, con muchos trozos escogidos de carne, con copas de oro llenas de vino, tomó la palabra el divino Odiseo: querido padre y querido hijo preparemos una nueva cóncava nave y vayamos juntos los tres a visitar a nuestros vecinos Néstor y Menelao. Les llevaremos presentes y regalos de agradecimiento.

  Telémaco rápido contestó con vigor para ir con su querido padre y su querido abuelo en la cóncava nave.

  Hemos visto -volvió a tomar la palabra Odiseo- que la divina Penélope entre las mujeres sabe defender bien nuestros intereses y además le asistirá el fiel Eumeo en todo.

  Se alegraba Eumeo, el divino porquerizo, de la confianza, y estas palabras se le escaparon del cerco de los dientes: "No aman los dioses felices los actos perversos, sino que honran la justicia y las acciones honestas de los hombres".

  Palas Atenea escuchó atenta todas las palabras. Ella, la de ojos glaucos, infundió coraje y audacia en el ánimo del viejo Laertes, el héroe, y salió volando como pájaro. 




 

1 comentario:

  1. Curioso e importante hallazgo...
    Un final que promete viajes y trances nuevos.
    Aunque, después de tan larga espera, se me hace breve el reencuentro.
    Me pregunto qué pensará Penélope cuando, tras nueve días con su esperado amado, recuperada la calma y tranquilidad de tenerlo a salvo con ella, él vuelve a partir dejándola en tierra.
    Pero, pensándolo bien, esta grandiosa historia no puede acabar de manera reposada y sencilla. Odiseo tiene que seguir siendo el anhelado, el añorado, idealizado para siempre por su ausencia.
    ¿Y Penélope? ¿Seguirá esperando eternamente?

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