Tratos con la calma

  Qué bella era la página, limpia, sin huellas de letras ni de grietas. 

Con la misma incertidumbre de hoy, hace más de cincuenta años comencé a escribir una redacción; el tema era el mar. Y la terminé.

La mañana del día siguiente trae el recuerdo de la brisa, la temperatura cálida del aire, la luminosidad del cielo y la alegría que llevaba al colegio, porque de algún modo había comprendido que la redacción estaba bien hecha.

Aún vienen algunas oleadas de frases a mi memoria y se diluyen o se escapan en cuanto quiero atraparlas.

Cuando llegó mi turno, me puse de pie, la leí y el profesor preguntó: ¿De dónde la has copiado? Ante mi respuesta: de ninguna parte, la he hecho yo, él afirmó: tú te crees muy lista, pero yo, ya, voy a saberlo, y todos vamos a ver qué clase de persona eres tú.

Y él posiblemente usó otras palabras; yo lo recuerdo siempre con esas.

Al salir del colegio por la tarde, comenzaba a anochecer. Paré un momento en un escaparate  de zapatos con las luces tan luminosas, que me hubiera gustado llevarme algo de luz para el tramo que faltaba hasta llegar a la casa. Miraba atenta algún zapato que me gustaba, aquel que nunca me comprarían. De pronto, un muchacho se acercó. No lo vi. Me tocó el pubis en un movimiento rápido, y salió corriendo.

Al cruzar la plaza, antes de llegar a los soportales, sentí un dolor intenso en la pantorrilla. Unos muchachos se reían en fuertes carcajadas, tan fuertes que retumbaban en las paredes. Alguno de ellos había acertado con la piedra de su tirachinas en mi pierna. El dolor tan intenso casi no permitía ni respirar. Seguí andando sin detenerme.

Para llegar a la casa, muy apartada de la población, aún faltaban dos o tres kilómetros. De día no eran tan inquietantes en su recorrido. Por la noche las luces eran muy pocas, muy tenues. Algunas bombillas flojas amenazaban con apagarse en sus parpadeos. La subida, ese día, era más empinada y los recodos más oscuros. Andaba con determinación, ignoraba el dolor de la pierna y repetía de un modo constante: no tengo miedo, no tengo miedo, no tengo miedo...


 

7 comentarios:

  1. Cuántas palabras, juicios o hechos de otros pueden condicionarnos la vida entera. Cuánto poder les concedemos.

    A veces nos damos cuenta a tiempo de que ellos, a su vez, debían de estar dañados psicológicamente y repercutieron en nosotros su enfado y sus frustraciones. Y, a partir de ese momento, les damos la importancia que realmente tienen. Y nos liberamos.

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  2. Me pusieron gafas con once años. No unas gafas normales, de las que incluso pueden resultar favorecedoras, no; unas de gruesos cristales para miopía y montura de pasta.

    Con doce años, caminando sola hacia el colegio, (recuerdo que fue a la altura de una tienda de ropa para caballero), pasé al lado de dos chicos poco mayores que yo, a los que conocía de vista.

    Para no escribir aquí algo malsonante, me gustaría poder suavizar la frase que uno de ellos dijo refiriéndose a mí. Lo haría, quizá, si lo recordara vagamente, si se hubiera diluido con el tiempo... Pero la frase fue la que fue: " Joder, macho, qué fea".

    Esas cuatro palabras cayeron como un saco de piedras sobre mí. Me aplastaron. No supe quitármelas nunca de encima.

    A los quince años ya me fue posible, por fin, usar lentillas. Desaparecieron las gafas, pero no el complejo de fea que me ha acompañado toda la vida.

    Ahora, cuarenta años después, voy deshaciéndome de aquel peso y, a veces, consigo dedicarme una mirada distinta y amable.

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  3. Un/a maestr@ puede inclinar la frágil balanza de la autoestima de muchas personas:
    Un buen docente hubiera aclarado su duda ese mismo día: pedir a su alumna una redacción sobre algo original para constatar que era obra suya y luego ayudar a cultivar ese don.
    El mal profesor es ese mezquinos incapaz de admirar la belleza y la creatividad, que desprecia a sus alumnos y su propio trabajo porque no siente la Dignidad y orgullo de ser maestr@.

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  4. Siempre lo he pensado, la suerte que uno puede pedir en la vida es la de estar rodeada de personas más inteligentes que uno mismo, de esta forma, nunca te ningunearán ni te herirán; te impulsarán.La vida está llena de mediocres que malviven, intentando hacer dańo, nublando a quien ellos sienten debe estar por debajo. Estos mediocres, son el colmo de la idiotez, si además son maestros.Acaban trasmitiendo además a sus alumnos la ira del inútil, para lanzar desde lejos piedras. Maravilloso relato para la reflexión.

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  5. Recuerdo una vez que mi madre se sintió muy creativa y me mandó al cole con un peinado que solo ella entendía. A mi no me gustaba. Pero era obediente, me pareció que a mi madre le hacía ilusión su creación y apechugué. Al llegar a la puerta del cole, unas niñas algo mayores que yo comenzaron a reírse del peinado. Y yo no me supe defender. Me lo deshice inmediatamente. Fue la primera vez que yo recuerdo haberme sentido vulnerable por mi aspecto físico. Y ese sentimiento me ha estado acompañando casi toda mi vida. Siento mucha compasión por esa niña que obedeció que quiso respetar la inspiración de su made, pero sobre todo de esa otra niña a la que acusaron de plagio y humillaron públicamente en lugar de averiguar si ese talento era real y alentarlo. Siento que esa vuelta a casa, ese día, fuera tan difícil. Y celebro que hayas podido seguir escribiendo a pesar de esto. Un abrazo

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  6. Creciendo Sin Límites18 de febrero de 2024, 23:38

    Hace muchos años, en la tierna niñez recuerdo una vivencia escolar que me marcó de manera significativa.

    En aquella época, todos los días antes de salir al recreo de la mañana nos daban un vasito de leche y una pequeña rebanada de pan.
    Un día, mientras todas las niñas estábamos sentadas en corro y tomábamos leche con pan, vomité todo el contenido en medio de la clase formándose un charco impresionante.
    Esa vivencia, y en especial una compañera que me repetía sin descanso…¡qué asco! ¡hueles a vómito! ¡vete de aquí! ¡ponte la última! ¡con nosotras no juegas!… me marcó significativamente a nivel social.

    Ahora pasado el tiempo y desde otra realidad, es cierto que el poder que otorgamos a ciertos hechos, vivencias, palabras o comentarios, genera en nosotros miedos, inseguridades que nos cuesta gestionar.



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  7. Haz logrado pasar de las oscuridades a las luminosidades, con la pertinaz escritura que te diste, y como te repetiste en aquellos días aciagos.

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