Yo tuve la gran fortuna de conocer a una de sus descendientes. En un lugar secreto, del que vosotros no me obligaréis a hablar porque sois personas de ley, llegué a vivir una experiencia muy interesante. Fui invitada con la condición de no revelar jamás los detalles identificativos.
En la parte más alta de una gran casa, lo que se puede denominar un desván, pero amplio, de techos muy altos, luminoso, muy limpio, con bellísimos y cómodos muebles, nos encontramos con Diotimara. Ese era su nombre, o su sobrenombre, mejor dicho. Así se transmite de generación en generación desde los tiempos heroicos de modo secreto. Comenzó por explicarnos con un pormenorizado lujo de detalles cómo en el pueblo de las amazonas existía una democracia perfecta. Perfecta, ¿por qué? Porque cada mujer podía dedicarse a su verdadera inclinación, y cada mujer respetaba y daba el mismo exacto valor a cada una de ellas, porque sabían que tan importante era hacer unos buenos zapatos como hacer una buena espada. Sin unos buenos zapatos... O tan importante eran quienes sembraban y recolectaban, o cocinaban unos buenos alimentos como quienes forjaban magníficos y bellísimos escudos. Su verdadera fortaleza estaba en aquel profundo respeto.
Llegaron tiempos de guerra que mataron a muchas de ellas. Aquiles, por ejemplo, a Pentesilea. Llegaron tiranos que las sometieron y las obligaron a realizar trabajos contrarios a sus verdaderas inclinaciones.
Pero desde aquellos tiempos tan remotos existe en el mundo, siempre, una Diotimara que transmite el testigo y la fuerza amazónica de ese sistema democrático de gobierno, que resulta tan difícil de llegar a realizar, plenamente, en conjunto con los hombres.
En cuanto es posible acercarse, aunque sea de un modo mínimo a ese sistema de gobierno, las mujeres viven experiencias de mayor respeto y mayores posibilidades de colaborar en el proceso de crecimiento de la humanidad entera.
Aquel día fuimos testigos todas las mujeres invitadas.
En una ceremonia muy respetuosa, con agradecimientos sobrios, serios y auténticos, la mujer, muy mayor, perdía el nombre de Diotimara. Se lo otorgaba a otra menos mayor, pero de edad suficiente para entender todos los matices de su responsabilidad. Ella, durante los próximos años, los que ella misma considerase según su inclinación, de esa manera sutil y necesaria, que hace que las democracias se intenten instaurar en los distintos países... ella sería la guardiana secreta y sembradora constante de esa posibilidad en el mundo.
Cuando terminó todo, y nos despedíamos unas mujeres de otras, veíamos, en cada una de las demás, una luminosidad diferente y un saber que nos permite trabajar de modo silencioso.
A lo largo de la vida, nos reconocemos sin decirnos nada y reconocemos a las mujeres, que de modo secreto, pertenecen a esta estirpe.
Un relato dentro de otro relato, sin saber si alguno de ellos sucedió en realidad. O ambos. O ninguno...
ResponderEliminarPero no sé si es importante, aunque todo lo que se cuente sea posible y deseable.
Podría decir, casi con certeza, que mi abuela perteneció a esa comunidad de mujeres respetuosas y colaboradoras; ejerció de Diotimara y nos mostró una forma de ser y estar que tiene mucho que ver con la paz y armonía de aquellas amazonas.
Me gusta. Refrescante y necesario.
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