Será más cómodo leerlo en pantalla grande.
ESAS, una apuesta firme por la vida
Por
Esther Peñas
Muy buenos días. Qué alegría
estar en la tierra de Unamuno y de Blas de Otero, que me parece un poeta
mayúsculo. Una tierra que para mí siempre ha sido símbolo de los hemisferios de
la vida. Y en una librería que lleva por nombre a una de las aurigas de la
Comuna de París… Louise Michel, mentora de tantos anarquistas que la siguieron,
Sorel, Camus, Brassens, Deeluze… pero también Tiqqun o el Comité invisible. Una
librería que preside una mujer combativa, valiente, como las que transitan las
páginas de ESAS.
Qué suerte la mía.
Gracias a cada uno de ustedes,
de vosotros, por querer compartir este nacimiento bilbaíno de ESAS. Gracias a Arantza, que ha cometido
la insensatez de convocarme por segunda vez. La anterior en la librería Enclave de Madrid.
ESAS es un
libro de ángeles y demonios. A la manera de Rilke. Cuando la también poeta
Louis Andreas Salomé le propuso que fuera a consulta con Freud, Rilke tuvo un
miedo atroz a que si espantaba a sus fantasmas, también sus ángeles perderían
intensidad. Quizás por ello escribiera aquel verso: “todo ángel es terrible”.
A veces sucede. Que aquello
que hace sufrir, aquello que nos mantiene –por lo general inconscientemente-
cautivos, procura sin saberse muy bien por qué ni cuándo la fuerza, el coraje necesarios
para quebrar esa soga. Se es valiente porque hay miedo. Se es ángel porque uno
ha conocido demonios. Y esa suerte de catarsis se da en algunos de los
personajes de este libro. Pero también en la propia autora, que esperó tantos
años como conjura el tango para dar por bueno el texto. Un texto que es un
drama, y también diario, poesía, y
narración.
ESAS, que
somos cada una de nosotras, en distintos tonos e intensidades. Somos Elena, y
su hija, pero también Elsa, y la hija de Elsa, que lleva su nombre y el nombre
de una reina, Eugenia. ESAS. ESAS y sus miedos. Sus corajes. ESAS y su apuesta firme por la vida.
Actúan. Pelean por lo que desean. No se mienten. No dejan que las embistan,
habitan su paso con la decisión del alma mansa.
El
principio no está en ese momento que hemos imaginado.
Porque nunca está claro el principio, ni el porqué de nuestras decisiones, ni de
los afectos. Creemos que sí, que amamos por una serie de cualidades que
podríamos enumerar pero que sería errático hacerlo, porque lo que amamos
siempre es un magma indefinible indómito a cualquier explicación racional.
Tampoco puede, el lector, establecer un punto de inicio, de arranque, que sitúe
a los personajes porque estas historias (acaso sea la misma narrada desde sus
diferentes matices, ángulos, vértices) suceden –así las leo- con la liviandad
de lo inexorable. Cada uno de estos personajes, se cumplen.
Especialmente interesante me
parece cómo está reflejado el tiempo del amor. Nosotros, los humanos, que a
veces lo somos menos que los propios personajes, hablamos de la lógica. De
actuar con lógica. Pero ¿acaso no existen distintos tipos de lógica? ¿No es en
sí misma, una lógica diferente la del enamorado, Elena, la lógica de la hija
que le reprocha a la madre que no quiera saber por qué ha tomado la decisión de
abortar, la lógica del radiotelegrafista de petroleros? El tiempo del amor y su
lógica. Elena conoce a Mario y siete días después le parece que llevan una
eternidad amándose. Ese tiempo, ese tiempo del reverso, ese tiempo que preside
el amor por el que no transcurren las horas sino que se cabalgan, ese espacio
que sólo los enamorados pueden crear, un espacio del que resulta esa tercera
aguja incandescente del reloj, de la que hablaba Cioran, está recogido en este
libro de una manera tan sutil como bellísima.
Basta recordar esa última
noche que pasa con Mario, en la que, así como Greta Garbo en La Reina Cristina de Suecia cuando se
despide de su amor, Elena quiere inundarse los ojos de su amado, embarazarse de
cuanto dejará de existir porque salvo el ahora, todo lo demás es ficción,
Elena se entrega a la despedida y trata de fijar en piedra para que siga
sucediendo para siempre. El primer amor no siempre sucede en orden cronológico.
A veces, ni siquiera sucede, aunque lo parezca. Es un milagro que se produzca.
Que demos con una persona que nos nombre, que nos sostenga, que nos respete y
se respete. Elena ama profundamente a Mario. Por eso no le pide que se quede a
su lado. Todo lo que depende de ella está decidido. Es el tiempo del amor no
exento de sombras. Pero tampoco de frutos.
Amar
es escribir todo el día. Por eso Arantza escribe a Elsa, Elsa
escribe a Elena, Elena esa escena maternofilial. El deseo conduce. El amor
teje. Texto proviene del latín textus,
que significa tejer, dilatar los límites de lo posible. Coser, escribir, amar,
es ir dando una puntada detrás de otra, sean vainica o recuerdos o palabras.
Tejer, amar, escribir, es sacar los asuntos del caos, del no ser.
Este libro mantiene el tono de
confidencia de lo narrado, de lo que se nos cuenta, de intimidad compartida, de
hondura viviente, orgánica, que dirían los entendidos. En la manera de contar,
de recordar, de tejer, de amar. También me recuerda en lo que dice. La
dificultad de hablar, por ejemplo. En la necesidad de que nada se quede por llorar, que es una de esas imágenes (llámense
letanías, fulgores, hendiduras abiertas a lo hermoso) que tiene el libro.
La estructura de cajas chinas.
La estructura abismada que emplea Arantza en ESAS. Profundizar en una historia
de manera especular, generando otra historia sobre sí misma. Metaficción. Es
una manera de contar arriesgada (como la actitud de sus personajes) de la que
sale no sólo airosa sino solemne. Veinticinco años bien lo valen si el
resultado es tan bello en fondo y forma como ESAS.
Hay menciones a libros, nada
inocentes, claro. Nunca es nada inocente en un buen libro. Ni siquiera cuando
se cita otra. Miedo a la libertad,
por ejemplo, de Fromm. Quién no tiene miedo a ser libre, aunque parezca un
sinsentido. Ejercer la libertad supone tomar decisiones, y fracasar, y
enfrentarse tantas veces a personas que amamos, y ser incomprendido. Pero estas
mujeres, ESAS, se cumplen. Y eso es
quizás lo mejor o lo más alto que podríamos decir de alguien. Miedo incluso
pánico. Pero neutralizados con el tejido del afecto y la ternura. Dos
vocablos inmensos. Una cosmogonía. El afecto, la ternura. ESAS.
¿Dónde
queda el significado exacto de lo que digo? Los personajes de
Arantza se escuchan, no se esquivan, son conscientes del tributo que habrán de
pagar por su decisión. Por cumplirse. Por ser. Tributo, no peaje. El tributo es
una ofrenda gustosa. El peaje es una imposición. Lo que uno da, lo que a uno le
exigen. Hay mucho de una cosa y de la otra en estas historias. El significado exacto de lo que digo.
Dónde. Sacar la palabra del lugar de la palabra y colocarla en el lugar de
aquello que no habla. Lo que se dice, sí. Pero también la escucha. La atención al discurso ajeno nos hace
descansar de propio. Y estas mujeres están atentas, dan, reciben. Esperan,
como una rama, a que el pájaro se aposte en ellas. Entonces.
Los demonios de los personajes
no se van, los nuestros, los de cada uno de nosotros, tampoco. Pero se aprende
a vivir con ellos, a mirarlos a la cara, a escucharlos, a reconocerlos. Eso
permite que su manifestación –llámese síntoma, si procede- desaparezca. Lo cual
es mucho más de cuanto uno pudiera imaginar.
Porque
te quiero y quiero. Hay una aceptación de lo que nos trasciende
(el amor, que es indócil y salvaje) pero asimismo una voluntad de. Hay una
reflexión profunda sobre la vida misma. Sobre cada uno de nosotros en cada una
de ESAS, sobre el otro, lo que nos
significa, sobre el amor, sobre la madre (la que se dispara en el pecho
interponiéndose un almohadón de plumas y la que le habla a su bebé), sobre las
hijas.
Porque
te quiero y quiero. Porque amar es escribir todo el día. Porque el principio no
está en ese momento que hemos imaginado. Porque todo lo que depende de mí está
ya decidido. Porque nada se quede sin llorar. Porque todo es ficción salvo este
instante presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario