A veces, necesitamos, exigimos al otro que nos comprenda, que se ponga en nuestra piel hasta en los más precisos matices.
Y podemos sentir que es muy difícil para nosotros ponernos en su piel, en ese preciso tiempo en que ese otro hace ese esfuerzo.
Prioridad respetable
El respeto a uno mismo es la prioridad para alcanzar el verdadero respeto al otro.
Nos confundimos y confundimos el nuestro con otros elementos.Y cuesta mucho alcanzar ese respeto para los otros, y para nosotros.
Nos confundimos y confundimos el nuestro con otros elementos.Y cuesta mucho alcanzar ese respeto para los otros, y para nosotros.
Alzar otra mirada
Sé lo que es
desplegar las alas
y volar...
y volar...
y volar...
hasta tu ser.
Y entrar...
y observar...
y volar...
hasta dentro.
Y volar...
y volar...
y encontrar
el valor...
de tu vuelo.
desplegar las alas
y volar...
y volar...
y volar...
hasta tu ser.
Y entrar...
y observar...
y volar...
hasta dentro.
Y volar...
y volar...
y encontrar
el valor...
de tu vuelo.
El propio vuelo
Rompe con las palabras,
esas que son recias, fuertes,
con las más compactas.
Salta tus barreras,
las que todos construimos
en nuestras horas amargas.
Levanta una escalera bien ancha,
no tires la toalla.
Alcanza tu amplio camino,
ese, que siempre sospechabas.
Peldaño a peldaño regálate alas blancas.
Vuela por ti, amor.
Vuela hasta nadar en el alma.
No te quedes ante un lamento.
Trabaja en tu propio vuelo.
Once de Marzo
De Alcalá de Henares a Atocha,
cuatro días después.
Entramos en la estación,
este viaje será un homenaje.
Y esta puerta no es, hoy,
para algunos un viaje hacia ninguna parte.
Todos nos movemos en silencio,
y nos miramos atentos a los ojos.
En esa atenta mirada,
todos vemos nuestro dolor
en los ojos de los otros.
Nos conmueven los ojos
cerrados para siempre.
Y como si quisiéramos entregar
cada una de las imágenes,
miramos el andén,
los ramos de flores frescas,
las velas encendidas y todos los
escritos
colocados con esmero en el suelo.
Miramos las vías paralelas,
el infinito vacío en la
distancia.
Miramos el tren que se acerca y
se para.
Subimos lentos a algún vagón,
y el tren inicia tan suave su
marcha.
El pitido, al cerrar las puertas,
rompe la paz del silencio
para aunar más estas heridas
claras.
Queremos ver con los ojos
de los que ya no pueden ver
todo lo que nosotros miramos,
darles lo que nosotros vemos,
y queremos que estén sentados
a nuestro lado,
aunque no nos conozcamos.
Y que miren los balcones, las
ventanas,
los edificios desiguales, la ropa
tendida y blanca,
esas montañas azules,
los grafiti de colores
y las obras en marcha.
Con qué suavidad se mueve el
tren,
todos vamos serios, ocultos y
presentes,
con el mismo pensamiento.
Enviamos, ¿a quién?, imágenes
de lo que vemos:
los brotes de las plantas,
un árbol con flores de primavera,
los carteles publicitarios
y el humo de las chimeneas.
También en los chicos que miran,
atentos desde un puente,
se sospecha una mirada nueva.
Todo ha cambiado de significado:
los caballos,
las cercas,
la primavera incipiente
y el próximo verano,
estos polígonos industriales,
esos coches aparcados,
los apeaderos vacíos
y otros, que miran quietos,
desde un camino cercano.
Todo está visiblemente afectado:
las grúas,
las excavadoras,
los páramos.
En la estación de Santa Eugenia
nadie en los andenes,
lacradas velas solas y flores
frescas
bajo el sol tenue de mediodía.
Opresión en la garganta,
hasta los vagones tiemblan.
Con el rigor del recuerdo
vibran en el silencio.
En el Pozo del Tío Raimundo,
en lo hondo,
se cruza una valla saturada
de flores, fotos, papeles,
palabras,
velas de sangre encendida,
que ni el viento, ni la lluvia
del cielo
quieren apagarlas.
No existe razón que justifique
tantas muertes destrozadas,
tantos seres adheridos al dolor,
tanto silencio contenido.
Nos queda el último tramo
hasta el grito unánime convocado
sobre la estación de Atocha.
Una amplia y quebrada corona
bajo un lazo roto de lágrimas,
con flores amontonadas,
con fotos fotocopiadas,
con voces de aliento,
desde ciudades lejanas y
cercanas,
con velas encarnadas
en un pausado latido
de llamas y de miradas.
Complejidad simbólica
Algunos gestos simbólicos ayudan a afrontar con ánimo sereno ciertos momentos de gran complejidad, en la vida.
Fuego y Aire
El resultado de la potencia de fuego lejano del sol y el aire cercano de la atmósfera sobre un par de nubes, que en un principio estaban lejanas, puede provocar este singular efecto para contemplar .
Fuerte insignificancia
A veces, nos sentimos fuertes, capaces de afrontar grandes retos y tareas que requieren gran capacidad.
Otras veces, nos sentimos muy débiles, muy insignificantes, muy desnudos en nuestra pequeñez.
Otras veces, nos sentimos muy débiles, muy insignificantes, muy desnudos en nuestra pequeñez.
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